El capitán de un petrolero recibió la madrugada del 14 de junio la llamada de auxilio para salvar al pesquero que se hundió a 80 kilómetros de Grecia. El mar se lo había tragado todo. Los datos de navegación muestran contradicciones en la versión oficial
MARÍA MARTÍN| HIBAI ARBIDE AZA
*Originally Pubished in El Pais
Era una madrugada clara, sin viento, con el mar como un plato. El Rekon, un petrolero de 122 metros de eslora de bandera maltesa, cubría tranquilamente su ruta hacia el puerto de Haifa, en Israel. Hasta que la radio lanza un aviso de socorro: “Barco hundiéndose. Gran cantidad de personas. Se ruega a los buques en las proximidades que procedan a operaciones de búsqueda y salvamento”. El oficial alerta enseguida al capitán. Era el 14 de junio a las 2.12, hora local griega (una hora menos en la España peninsular).
El capitán Sait Bektasoglu, un turco de 63 años con cuatro décadas en el mar, corrió hacia el puente de mando. “Inmediatamente, cambiamos nuestro rumbo hacia el lugar del naufragio, ajustamos nuestros radares para que tuviesen más sensibilidad y movilicé a la tripulación”, recuerda. Su relato de 11 horas de búsqueda infructuosa es angustioso y rico en detalles hasta ahora desconocidos.MÁS INFORMACIÓN
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El Rekon tardó una hora y cuarto en alcanzar las coordenadas recibidas, una zona a unos 80 kilómetros de la costa griega. Cuando llegó, el yate de lujo Mayan Queen IV y dos cargueros más ya estaban buscando supervivientes en el agua. Entonces, el petrolero redujo la velocidad, encendió las luces de búsqueda y su tripulación, formada por 14 marineros, empezó a otear con prismáticos la enorme masa de agua negra. No se veía nada, no se oía nada. “Era como si no hubiese pasado nada”, recuerda el capitán. “No había chalecos salvavidas, ni flotadores, ni rastro de aceite, ni basura, ni material flotante del buque, nada”, cuenta.
El Adriana, un destartalado pesquero de unos 25 metros, había partido rumbo a Italia con unos 750 ocupantes a bordo. Las mujeres y los niños se amontonaban en la bodega y muchos de los hombres viajaban en cubierta. Eran refugiados sirios y afganos, egipcios, pakistaníes y palestinos. Las autoridades griegas sabían de la presencia del barco desde las 11 de la mañana del 13 de junio y, además de mantenerlo bajo vigilancia, ordenaron a dos buques que estaban en la zona que les entregasen víveres y agua. En ningún momento se activó una operación de rescate a pesar de las condiciones en las que navegaba el barco. Tampoco cuando a la 1.40 el motor del barco se rompió. Entre las 2.04 y las 2.19 el viejo pesquero metálico desapareció después de zarandearse violentamente ante los ojos de los guardacostas griegos. Aún no está claro qué pasó, pero el mar se lo tragó.
La versión oficial griega sostiene que los náufragos rechazaron cualquier ayuda y que prosiguieron su marcha hacia Italia. Pero los datos de navegación lo contradicen. Las coordenadas del aviso de socorro sitúan al pesquero a dos kilómetros del punto en el que se encontraba a las 19.30 (una hora menos en la Península) cuando un primer buque se acercó a él para suministrarle víveres. Es decir, en las siete horas que transcurren desde la entrega de víveres hasta el hundimiento, el Adriana, en vez de aproximarse a Italia, como aseguran las autoridades helenas, prácticamente no avanzó y se alejó de su supuesto destino dos kilómetros.
Mientras Bektasoglu rastreaba el mar desde la cubierta, entre las 3.00 y las 4.00, llegó una patrullera griega que se hizo con el mando de la operación. La radio seguía dando instrucciones a los buques cercanos para que se aproximasen a la zona. Un crucero de pasajeros, el Celebrity Beyond, “preguntó si podía bajar su bote de rescate y unirse a la búsqueda, pero le dijeron que no”, explica Bektasoglu. “Ya había demasiados barcos buscando sin detectar nada”, teoriza el capitán. Hasta ocho grandes naves se coordinaron en la búsqueda de supervivientes. EL PAÍS ha intentado contactar con todas ellas sin éxito.
La radio no cesaba de lanzar mensajes a todos los buques inmersos en el rescate. El Mayan Queen IV, yate de lujo propiedad de una multimillonaria familia mexicana, informó de que ya había sacado del agua con vida a un centenar de náufragos. “No sé cómo se hundió a 4.500 metros de profundidad, pero de lo que estoy seguro es que si este superyate no hubiese estado ahí, los cargueros no podrían haber rescatado a más de dos personas cada uno. Los supervivientes tuvieron suerte de encontrarse con una nave capaz de rescatarlos y reunir a más de 100 personas. Un superyate está mucho mejor equipado que los barcos de los guardacostas”, explica Bektasoglu.
Hasta ese momento el capitán del Rekon no se había percatado de que estaba participando de una operación de rescate de un barco de refugiados. “Yo pensaba que lo que se había hundido era un yate”, afirma. Era la primera vez en cuatro décadas de carrera que se enfrentaba a algo parecido.
Entonces, un granelero turco, aunque con bandera panameña, el Rusader, anunció que habían oído gritos a estribor pidiendo ayuda. Subieron a un hombre a bordo. “Pregunté a este barco por la situación”, recuerda el capitán Bektasoglu. “Un hombre joven ha dicho que había demasiada gente en el barco, entre los que había afganos, pero que no sabía el número exacto”, le respondieron por radio. El estado del joven recién sacado del agua preocupó enseguida a sus rescatadores.
—La temperatura del cuerpo de la víctima ha caído a 30 grados, necesito asistencia médica urgente, pidieron desde el Rusader.
—Espera, llegará un helicóptero, respondieron los griegos al mando.
“No podía soportarlo”, relata Bektasoglu. “Sugerí [al granelero turco] que pidiese ayuda al crucero, pero le ordenaron esperar. [El Rusander] siguió pidiendo asistencia médica durante más de una hora y yo recomendé otra vez que se acercase al crucero para recibir ayuda. No me hicieron caso, ni en turco, ni en inglés”, mantiene el veterano marinero.
El helicóptero apareció por fin cuando ya amanecía. “Recogió a los vivos y los cuerpos sin vida fueron trasladados al barco griego”, explica Bektasoglu. Una nueva patrullera griega se unió al operativo. En total, se han recuperado 82 cadáveres.
El veterano capitán, que llevaba 11 horas sin rescatar a nadie, 11 horas que había pasado sin comer ni dormir, comenzó a perder la esperanza. “No vivimos una situación de caos porque no se veía nada, no había una escena dramática. El agua seguía como un espejo y después de unas horas perdimos la moral”, explica.
A las 7.00 pidió permiso para seguir su rumbo, pero se lo denegaron. Media hora después llegó una fragata militar que asumió el mando y comunicó a los buques nuevas coordenadas para continuar con la búsqueda. “Me enviaron a dos lugares diferentes, aumenté la velocidad, llegué y busqué”, relata. De nuevo, sin resultados. Por radio escuchó cómo ordenaban a un carguero: “Arría tu bote, recoge el cuerpo y tráelo al barco griego”. Otras naves también emplearon sus botes salvavidas, mientras dos helicópteros les sobrevolaban, afirma.
El capitán turco valora el dispositivo desplegado por los griegos, a pesar de que solo activaron la operación de búsqueda y rescate cuando el pesquero ya estaba hundiéndose. “Durante diferentes horas desplegaron un avión, una patrullera, dos fragatas guardacostas, un barco de rescate, tres helicópteros y una fragata de la marina, es un gran esfuerzo”, mantiene.
A las 8.30, Bektasoglu quiso marcharse de nuevo. Tenía prisa porque debía descargar 5.200 toneladas de éter metil-terbutílico [líquido que aumenta la eficiencia del combustible] en Israel y, después, llegar a Tuzla (Turquía) antes del 20 de junio. No le autorizaron a abandonar el operativo hasta las 11.45. Entonces se marchó mientras oía cómo se pedía por radio a otros barcos que se uniesen a la búsqueda. “Estaba cansado, fui al puente de mando a la 2.20 y no pude parar para comer hasta pasadas las 12.00 del día siguiente. Pasé 11 horas con todos mis sentidos puestos en la búsqueda”, recuerda.
El capitán supo lo que pasó después gracias a la prensa. Le frustra no haber encontrado a nadie a quien salvar. También maldice a los traficantes de personas “que hacen negocio con esto”, que “enterraron” a cientos de personas a 4.500 metros de profundidad. Y elucubra: “Dentro de unos siglos, cuando encuentren estos cuerpos, serán una prueba para los historiadores”.